Vale, lo reconozco, le tengo miedo a la Navidad. Es la peor época del año para los que sobrevivimos pasados de kilos. Todo lo demás es llevable, porque todo lo demás es breve: tu cumpleaños es un sólo día al año, la semana santa son dos o tres rellenos dulces y un rollo frito, el verano es largo pero se suda y se mueve más el cuerpo, la boda de la amiga... la cena con no sé quién... son sólo días sueltos, fáciles de compensar.
Pero la Navidad... ay, la Navidad dura taanto, y se come taanto, y se cena taanto y hay tantos dulces por todas partes, en todas las casas, en el trabajo, en la panadería, en el super... Y está tan feo no coger uno cuando te ofrecen que hasta te miran como a una antipática si les dices que estás intentando cuidarte, como si el no saber "salirte" en una ocasión especial te convirtiera en una antisocial y un bicho raro. Y claro que te sales, ya lo creo. Una vez y otra y otra.
Yo le tengo miedo a la Navidad. Ya he perdido muchos kilos, bastantes, apenas en dos meses, y de forma cómoda, y he hecho una inversión económica importante pensando en mí, en mi salud, he hecho una apuesta por mí para los años que vengan. Y pensar que ahora, justo ahora, está al caer la puñetera Navidad...
Ya no sólo me da miedo pasarme, me da miedo el bajón de autoestima que viene después del exceso, cuando te subes a la malvada báscula y ves que lo que conseguiste quitarte en veinte días te lo has puesto de nuevo en tres o cuatro, y que todavía te queda por delante la cena de Nochevieja, la comida de Año Nuevo, el chocolate con roscón del día de Reyes... me pongo a pensarlo y no veo más que montañas de calorías, ríos de azúcar industrial, muros gigantes de mazapán y turrón, grasa y grasa y más grasa, a la espera de cazarme.
Maldita Navidad...
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